A riesgo de una persistencia que puede molestar, debe insistirse en las profundas inequidades que golpean a nuestro país. En la práctica tenemos una realidad en el centro y otra en provincias. La desconfianza de Santiago con las regiones es histórica, en distintos estamentos se comenta que en las provincias no tienen las capacidades, a pesar que los errores más groseros en política pública han arribado desde el centro del país.

El ejemplo más reciente y caótico es el Transantiago, el sistema de transporte público capitalino que año a año le cuesta una enormidad de recursos al erario fiscal, cuestión que ya parece sin remedio.

El año pasado las siete empresas operadoras del Transantiago totalizaron 38.979 millones de pesos en pérdidas, mientras que el Metro triplicó la cifra alcanzando 131.141 millones de pesos en 2014.

Parte importante de las pérdidas se explica por efecto dólar, pero hay también otro problema insoluble: la alta evasión que llegó al 24% el año pasado, según información oficial.

Un proyecto de ley buscará aumentar los dineros fiscales en $60 mil millones entre 2015 y 2017 y en 130 mil millones entre 2018 y 2022.

Así, se evitaría un alza en el precio del pasaje del Transantiago en $30.

Se dice que en los países desarrollados, para tener un sistema de transporte de calidad, el Estado financia hasta un 60% del costo total, es verdad, pero también es cierto que aquello se hace extensivo a todo el país y no exclusivamente a la capital.

Con todos los vicios del Transantiago, lo que apreciamos son buses cómodos, de alto estándar, recorridos que han mejorado y todo a un buen precio.

Hay dificultades, por cierto, tanto en los microbuses, como en el Metro y por ello se planean multimillonarias inversiones en ese plano.

¿Pero qué tenemos en regiones y en Antofagasta? Poco. El sistema de transporte público es malo, pobre, con máquinas muy deterioradas, con recorridos poco eficientes y costos altos.

Eso no es sano, en especial para los sectores que más ocupan este sistema. Por tanto, es lógico que se reclame un trato justo y digno para todos.

La explotación del salitre en esta región, desde mediados del siglo XIX, fue impulsada por numerosos empresarios chilenos y extranjeros, preferentemente ingleses, a través de innumerables factorías productoras, denominadas oficinas.

Aun es factible divisar a lo largo de la carretera panamericana mudos y ruinosos vestigios de algunas de ellas. El Estado chileno recién se involucró en esta actividad a partir de 1931 con la creación de la Cosach, luego en Covansa en 1934, siguiendo con la Sociedad Química y Minera de Chile, Soquimich, en 1968, en donde la Corfo suscribió un 37,5 % de la propiedad y la Compañía Anglo Lautaro un 62,5 %. En el año1971 se nacionaliza esta última y en el periodo 1983-88, bajo el gobierno militar, se privatiza siguiendo el esquema de todas las privatizaciones de la época, en donde los ejecutivos del momento, prácticamente, se hacen propietarios de empresas públicas en inmejorables condiciones. Julio Ponce Lerou aprovecha bien esta oportunidad y, a pesar de no ser el accionista mayoritario, gracias al cuestionado modelo "cascadas", se convierte en el zar del salitre.

Hoy Soquimich o SQM, está en el ojo del huracán por los cuantiosos recursos aportados, transversalmente, a campañas políticas, utilizando subterfugios al margen de la legalidad y, además, aprovechando dichos gastos para rebajar impuestos. Al respecto, no sería raro que más de alguien se pregunte ¿la generosidad de SQM también se percibe en la región? Por lo menos en Antofagasta, podemos declarar categóricamente, que la política del buen vecino, basada en una RSE solidaria y transparente que aplican algunas empresas con las comunidades cercanas a sus centros productivos, nunca ha sido una característica de SQM. Lo anterior no es una opinión al voleo, ya que en nuestra ciudad no existe hito, obra, iniciativa, proyecto, ni siquiera una simple idea de amplio beneficio comunitario, que lleve la impronta de la empresa. El desapego es evidente y el divorcio una realidad, a pesar que en la ciudad residen generaciones de ex y actuales trabajadores.

En el contexto de su renuncia a la presidencia de SQM, Julio Ponce Lerou declaró, con indisimulado orgullo, que había tomado una empresa casi quebrada y la había transformado en la más grande del mundo en su rubro ¿los antofagastinos compartimos dicho orgullo?