Antonieta Bravo, Toñita
Para Borges, el eterno retorno fue un tema recurrente en su literatura. Por eso, no me extrañó que la causalidad de los hechos haya sido, precisamente, lo que originó nuestro reencuentro. Ambas con más años- más experiencia, dirían eufemísticamente algunos- nos sitió en el mismo Colegio. Del mismo modo, como años antes, más imberbes, nos había reunido, jóvenes, llenas de esperanzas, en el otrora, preuniversitario de "la Norte", nuestra alma mater. Allí, comenzó, incipiente, nuestro encuentro. Cada una en "trincheras opuestas". Tú, con tu pasión por los números y yo, con la admiración y sentido de vida, en la palabra. Yo, defensora acérrima de las letras "que dan en todo luz" y tú, con tu número perfecto y las matemáticas en todo. Nos encontramos, apasionadamente, sirviendo las asignaturas del plan electivo e, implícitamente, convirtiéndonos en "adversarias" de nuestras creencias y vocaciones, con el convencimiento extremo de la verdad en cada una de nuestras enseñanzas. Sin embargo, Toñita, en tu acendrado ímpetu, no percibiste que fuiste más humanista que todos quienes profitamos de serlo. Repartiste a manos abiertas, tu vasto conocimiento, enjugaste las lágrimas de tus alumnos y les mostraste el camino cuando sus dudas inquietaban sus ánimos. Fuiste tan cercana en los asados "matemáticos", cultivando el don de la palabra, tu palabra siempre oportuna y plena de fe. Pregonaste tus creencias, sin imponerlas, sutilmente, inteligentemente. Me acompañaste en un trance difícil de mi vida, te las "jugaste" por revertir una situación que, lamentablemente, tenía sus días contados. Pero nada de eso te detenía. Fuiste una laboriosa servidora de la educación. Amante de tus hijos y esposo, a quienes dedicaste tu vida. Toñita, no pasaste por esta vida, inadvertida, fuiste todo un personaje y tus alumnos lo han reconocido en un placa recordatoria, que nació de ellos, espontáneamente, para dejar tu huella indeleble y reconocer en ella, lo que fue el sentido de tu vida: el amor por la enseñanza.