Las pestes
Otra vez volvemos la mirada a los añejos tiempos de la infancia. Años vividos a comienzos de la segunda mitad del siglo pasado. Cuando la población infantil era afectada por una enorme variedad de "pestes" y las escuelas eran el mejor lugar de contagio.
Las paperas desfiguraban nuestra cara. Se nos crecían los mofletes, dándonos una hilarante apariencia. Se nos aplicaba un remedio que se conocía como "Palmabaja", amarrándonos un pañuelo que se anudaba sobre la cabeza. No se podía salir a la calle, por recomendación de las abuelas, que todo lo sanaban con sus soluciones caseras.
La "peste de cristal", el sarampión, el coqueluche, la varicela o lo que fuera, nos atacaban sin piedad. Pero se nos permitía contagiarnos, dado el convencimiento empírico que aquello nos dejaba con defensas naturales para no volver a tener nuevamente dichas pestes.
Recuerdo que para el caso de "la peste de cristal" se nos encerraba en el dormitorio, se ponían negras cortinas y se tapaban las ampolletas con trapos de color rojo. Creo que era para que no quedaran cicatrices. Puedo dar fe que tuve la peste y que no me dejó cicatrices. Quiere decir que las abuelas tenían razón.
También la tenían cuando uno se agarraba una de esas "gripes lloronas". Una "Creogenina" y una "Cafiaspirina", limonadas y reposo bien arropado, permitían "botar" la gripe y quedar sano en dos o tres días. Para la tos, nos solían poner un papel con "Mentolato" en el pecho, solución casera que daba un verdadero alivio.
Más de una vez, vi a los mayores beber cerveza con limón como paliativo para la gripe. No supe si esa receta los sanaba, pero vi a otros que bebían limonadas calientes.
En aquellos tiempos, las pestes nos afectaban. Pero no nos mataban, salvo excepciones mínimas. Hoy, esas pestes siguen vigentes y ya no están las abuelas sabias. Pero la nueva medicina asusta, amenaza y esquilma… Y nos enfermamos de ver cómo se nos tramita y se nos vacían los bolsillos, cuando perseguimos el legítimo derecho a la salud.