Penurias
Un amigo, escritor joven, inteligente y un poco famoso, va a pedir pega a un restaurante de comida china. Pide hablar con el jefe, éste lo mira de arriba abajo y le dice: ya contratamos a alguien. Mi amigo sale entumecido y furioso, cruza la fachada del restaurante donde aún está colgado el cartel de "se necesita copero" que hace innegable la mentira del jefe: no es que hayan contratado a alguien sino que no quieren contratarlo a él.
En el libro "La soledad del lector" David Markson abunda y se demora en la miseria física y espiritual que históricamente han tenido que sufrir los artistas. Cuenta cómo Knut Hamsun era conductor de un carro de caballos, o del doloroso paso de Dostoievski por un campo de trabajos forzados en Siberia. Que Joseph Conrad se intentó suicidar por una deuda de juego, y que Bruno Schulz fue asesinado por la Gestapo cuando iba a su casa con una barra de pan.
La lista de Markson es inagotable: Epicteto era esclavo, Goya se quedó sordo y Roland Barthes murió tras ser atropellado por el camión de una lavandería. Que Goethe no se acostó con ninguna mujer hasta los cuarenta años, que Beckett tuvo que esconderse diez días debajo de un falso piso en un altillo en París mientras trabajaba para la Resistencia durante la Segunda Guerra, y que empobrecido y congelado, Gérard de Nerval se colgó cerca de una pensión barata de París después de que nadie respondiera a su llamado en mitad de la noche.
La sociedad nos inculca que si somos aplicados, estudiosos y decididos estaremos a salvo de la mayor parte de las penurias de la vida. Que todas las cosas malas le pasan a la gente por una especie de debilidad interior, que podemos homologar a la falta de carácter. Puede que, guiados por sus prejuicios, la gente crea que mi amigo escritor merece sufrir humillaciones y ofensas cuando la verdad es que él, a través de sus escritos, lo que hace, simplemente, es visibilizar un dolor común a todos los seres pero que la mayor parte de la gente prefiere mantener oculto.