Antes de comenzar a comentar mi experiencia vivida con este gran hombre y, sin duda, será un "Santo para Antofagasta", quiero hablar del gran "Doctor Rendic".
Fue una persona que hizo del juramento de Hipócrates, su Biblia; de esos médicos que no comercializó con la salud, ni con la angustia de los pacientes, como hoy encontramos en nuestro sistema de salud. Llegas donde un médico con un problema puntual y terminas saliendo más enfermo y endeudado tú y tu familia. No me explico que juramento de Hipócrates hacen hoy los médicos.
Dejando atrás esta realidad tan triste, quiero referirme a "mi viejito", como lo llamo con mucho cariño y respeto; hablaré de él como persona. Este gran hombre llega de otro continente, de otro país, de otra cultura, sin conocer a nadie y se radica en nuestra ciudad con la única idea de entregar amor, cuidado, respeto y dedicación con las personas.
Su tratamiento no terminaba hasta que él veía que el enfermo estaba curado. Otra actitud que engrandecía a este médico es que si no se tenía los medios económicos para pagar la consulta y los remedios, él los entregaba generosamente y supe que a muchas pacientes muy pobres hasta les daba el dinero para la locomoción.
Yo nací el 3 de enero de 1961 en Antofagasta y, antes de cumplir un año de vida, me contagié con un virus estomacal extraño y, al parecer no conocido ni tratado por los médicos en esos tiempos. Si hoy nos quejamos del sistema de salud, imaginemos lo poco avanzada que era la medicina en ese entonces. Mi enfermedad no pudo ser controlada, ni tratada debidamente, ni menos mejorada. Mi estómago no retenía ningún alimento y mi cuerpo se convirtió en un esqueleto cubierto de piel. Los médicos del Hospital le dijeron a mi madre que no veían ninguna posibilidad de recuperación y que, lamentablemente, debía preparase para lo peor.
Por supuesto que ella no se resignó y decidió seguir en su batalla por salvarme. Sólo por referencias conocía al Dr. Rendic y decidió llevarme a su consulta. Me cuenta que, en su desesperación, le parecía escuchar una voz que le aconsejaba recurrir a él. Y es así como llegamos a la consulta de este gran hombre, de este gran Dr. Rendic, quien nos recibió bondadosamente con un saludo de bienvenida que mi madre no olvida hasta el día de hoy: "Tranquila, comadre chica, el niño se va a sanar".
Luego de revisarme prolijamente, recetó un tratamiento de un litro de suero inyectado vía intravenosa diario. Imagínense mi cuerpo desnutrido soportando agujas en los brazos.
Nos ordenó volver el sábado para ver los efectos del suero.
Los fines de semana no atendía público y así nos lo hizo saber la señora que nos recibió, pues "él está descansando". Pero, desde el interior se escuchó la voz de "mi viejito" que dijo: "Comadre, deje que pase el pelaíto", como me llamaba cariñosamente. Me revisó con mucha atención y consideró que estaba algo mejor. En esta ocasión, ordenó comenzar ya con alimentación: un raspadito de carne con arroz cocido, partiendo por muy pequeñas cantidades y aumentando gradualmente, para asegurar la tolerancia a este régimen. También recetó unos medicamentos. Mi madre le manifestó su miedo de que el problema siguiera, pero él le dijo que tuviera fe, que todo iba a salir bien. Y tal como él lo aseguró, así ocurrió. Fuimos varias veces para que él me revisara y, al cabo de tres meses, yo estaba totalmente curado.
Mi familia y yo estamos convencidos que el Dr. Rendic hizo un milagro, ya que todos los médicos consultados fueron de opinión que se trataba de un virus desconocido, por lo tanto era imposible hacer el tratamiento adecuado. De hecho me desahuciaron. Seguramente el Dr. Rendic compartió esta opinión y ¿cómo logró salvarme? Sólo cabe un milagro.…
Por eso pido a todos los antofagastinos que, en algún momento de su vida, llegaron a buscar alivio la consulta del Dr. Rendic y a quienes admiran su vida y su obra a contar cuanto antes sus experiencias para que nuestro médico ocupe el sitial que en justicia se merece: Un Santo para Antofagasta.
Termino con el esperanzador mensaje de uno de sus poemas:
"Cuando me vaya, no me iré del todo./ Mi cuerpo bajará a la tierra / y mi espíritu seguirá junto a los que amé/ y me amaron./ No me verán/ pero estaré en todas las tertulias familiares/ y les hablaré con el lenguaje mudo del silencio."