Mirar la ciudad de otra forma
Esta semana tuvimos la visita de Alejandro Echeverri, destacado arquitecto colombiano, con una notable carrera en la docencia y el mundo privado y público, especialmente en la ciudad de Medellín, sitio en el que se formó.
Precisamente hace unas semanas relatábamos el caso de positiva transformación de esa ciudad, golpeada hasta el hartazgo por la violencia de los grupos narcotraficantes y la guerrilla.
Como es sabido, Pablo Escobar Gaviria, fue capaz de instalarse como uno de los principales enemigos de la humanidad y arrastrar consigo a toda una población que hasta el día de hoy carga con la negativa imagen de muerte, corrupción y destrucción.
Medellín y Colombia tocaron fondo, pero lo interesante es que están siendo capaces de salir adelante, a pesar de todo el tiempo perdido. Si hace algunas décadas, esa ciudad de tres millones y medio de habitantes era uno de los puntos más peligrosos del planeta, hoy está en el plano contrario: distinguida como una de las urbes donde se están haciendo interesantes innovaciones para las mejoras en la calidad de vida.
¿Cuáles fueron las claves? Primero -y aunque parezca obvio- tomar conciencia que tenían un problema y lograr el concurso de todos para comenzar a resolver aquello.
Esto obligó a todos a bajar las defensas, comenzar a romper las desconfianzas, iniciar las conversaciones y con ella los planes, abordados desde distintos ámbitos y miradas estratégicas.
Hasta hoy están definidos planes para lo urgente, pero también para lo importante, que la mayoría de las veces se permite en el largo plazo. Hubo trabajo de identidad, hubo trabajo de escucha, de evaluación y de trabajo con el otro.
Las similitudes -por cierto, guardando las proporciones- con Antofagasta son muchas.
¿Cuánta confianza tenemos en el vecino, las autoridades, la clase política o la empresarial? ¿Cuándo nos tomaremos en serio que hay que construir y que tenemos las posibilidades para ello? ¿Cuándo le echaremos mano a la vilipendiada historia e identidad?
Pues ya sería tiempo.