En Chile no hay espacio para la colocación de bombas ni para el terrorismo, ha dicho el vocero del Gobierno, al comentar el nuevo caso de un bombazo ocurrido en Santiago, que en esta oportunidad cobró la vida de la persona que aparentemente manipulaba el artefacto.

Desde prácticamente la totalidad de los sectores se ha repudiado este hecho, tal como hace unas semanas fue rechazado el atentado en un centro comercial de la estación Escuela Militar, del Metro, que dejó a 14 personas lesionadas y que llevó al gobierno a presentar un requerimiento por la ley antiterrorista.

En lo que va del año, se ha consignado una treintena de ataques con bombas. Aparte de los mencionados, están el artefacto que detonó en julio pasado al interior de un vagón de Metro en la estación Los Dominicos, aunque en esa oportunidad sólo hubo daños estructurales. Otro estallido ocurrió contra las puertas de una iglesia, en la capital, mientras otros golpes han tenido como objetivo agencias bancarias o supermercados.

Muchos califican estos sucesos como 'terrorismo', pues la amenaza de atentados mediante explosivos persigue provocar temor en la población, con el fin de que ésta quede a merced de los atacantes. Los autores quieren también alcanzar notoriedad para que se hable de ellos, o ir contra el sistema establecido, alterar el normal funcionamiento de las instituciones, y poner en jaque a las autoridades y a la policía, para demostrar que siempre ellos van un paso adelantado frente a los organismos de seguridad.

Resulta lamentable y repudiable que algunos desquiciados, ante la falta de argumentos razonables, estén recurriendo a la violencia para hacerse notar.

El gobierno ha señalado que todas las instituciones del Estado a cargo de la seguridad y de la administración de justicia están llevando adelante su trabajo para que este tipo de conductas sean esclarecidas y no queden en la impunidad.

Es de esperar que las investigaciones lleguen a buen término y se actúe con dureza, para que no quede la sensación falsa de que situaciones de este tipo se consolidan en el país.

Desde hace varios meses en Antofagasta ha aumentado la virulencia verbal contra el centralismo de los que yo he llamado 'revolucionarios de café' o 'separatistas de sobremesa'. Grupos de antofagastinos que quieren y les duele la ciudad, la región y el norte. Que vemos la creciente expoliación que sufre nuestro territorio y sus habitantes de manos de la gran sanguijuela nacional llamada capital. Sufrimos de ver que 'nuestras autoridades', quienes debieran ser quienes encausaran el sentir de la ciudadanía, se dedican y preocupan de cuidar sus 'cupos' y cómo asegurarse otro en el futuro.

¿Qué hacemos? ¿Cómo seguimos? ¿Cómo continuamos? ¿Cómo damos cause a todo este descontento? Son las preguntas que con mayor frecuencia se escucha hoy en día. Miramos con envidia a esos 'chispazos' de rebelión social y de reivindicación local que surgieron en Aysén, en Tocopilla, en Calama y que en parte fueron atendidas por la capital del reino de Chile, pero creo que justamente esas regiones y comunas nos señalan cuál debe ser el camino.

Teniendo claro el objetivo buscado, y Antofagasta lo tiene, son décadas de suplicar por una retribución respecto de los enormes caudales de recursos que aportamos al erario nacional, el paso siguiente debe ser organizarnos para tomar acción, estudiantes, trabajadores, la comunidad organizada, deberá copiar como lo hicieron otras comunas.

No podemos esperar a que nos atienda una clase política que ve en el Gobierno sólo una oportunidad laboral, no podemos esperar que empresas en una mal entendida responsabilidad social contribuyan a un desarrollo económico haciendo filantropía, empresas del retail, de la banca y el transporte que ven Antofagasta como una vaca lechera igual que el Estado. Una minería, pública y privada que ni siquiera se esfuerza para que sus trabajadores vivan en nuestra tierra.

Antofagasta ya lo hizo una vez, hace 82 años, el 26 de septiembre de 1932. Por la fuerza botó un gobierno. Creo que la sabiduría popular es justamente eso, sabia, y que la guagua que quiere mamar, llora y debemos hacerlo con fuerza.