Paseándonos por la Avenida del Brasil, llegamos con una señora que visitaba la ciudad, hasta el segundo parque del otrora orgulloso y hermoso paseo, trocado en una muestra de tierra removida, maloliente y desesperanzadora. Notamos una casi total ausencia de bancas: ¿quién las sacó y con qué objeto? Allá, no existe comodidad para descansar, jugar el disfrute del verdor. Quien nos acompañaba sugirió que, por moralidad se habían suprimido los asientos. Pero, callamos. ¿Podría alguien advertirnos qué destino se les dio? ¿Son los particulares los que, mejoraron sus casas, o el Municipio ordenó su retiro? Resulta interesante saberlo.
Nuestra visitante se condolió de la escasez de agua:
- Podría establecerse un riego total para cada parque una vez a la semana; se empezaría el lunes y se seguiría con los otros durante la semana: no se regarían a gotas, sino que, una sola vez pero bien regados. Así, se resolvería la existencia de este paseo que merece otra suerte…
No nos pareció baladí y ojalá lo oyesen los que entienden de Parques y Jardines: entre repartir gotitas de agua, es preferible concentrarla en un parque, vivificarlo y proceder con los restantes. A lo menos, la abundancia y fuerza obran con evidente mayor ventaja que el riego con gotarios.
Nos acercamos a la pileta que antiguamente esplendía: evocamos los pececitos de colores que la decoraban y sentimos nostalgia. Hoy es una boya de cemento caldeada y reseca. Al centro una mancha de agua del porte de un pañuelo. Por hablar, dije:
- Agua fiel es la que vemos… Poquita, pero en su sitio.
La visitante, irónica, nos rompió la actitud entusiasta.
- ¿Y si fuese 'aquello' que usted elogia, no agua, sino… 'agua de un niñito' que se entretuvo en dejarla al medio de la pileta…? Y nos aguó el optimismo.
Lástima que, aunque todos pusiésemos nuestros 'aguas', no salvaríamos la Avenida del Brasil, que necesita una avenida de aguas para retornar a su viejo y fascinante encanto de paseo mayor del Norte.