La larga travesía de los Fabres para llegar a la pampa salitrera
emprendedores. Lino, un joven francés, vivió en varios países hasta quedarse finalmente en Chile.
Lino Fabres o Fabret hizo una travesía que cambiaría su vida y destino. Salió de Francia con destino a Sudamérica cuando aún se mantenía el fragor de la Segunda Guerra Mundial.
Tal decisión, sin lugar a dudas, le permitió salvar su vida, y de paso ser el patriarca de una numerosa descendencia.
Su nieto Mario Alberto Morales Fabres recuerda con orgullo la historia familiar y la anécdota que decía que Fabres se escribía con 't' al final. Escuchaba esas historias cuando estaba pequeño, cuando el abuelo contaba de las pericias que vivió y lo que dejó atrás en su patria, las verdes campiñas y a su familia.
Fueron muchas las vicisitudes que el abuelo Lino debió sortear durante su arriesgada travesía.
Primero, se instaló en tierras brasileñas, probó suerte, pero no tuvo éxito, hasta que tiempo después optó por trasladarse a Catamarca (Argentina), para luego afincarse en la localidad campestre de Tiltil.
Sin embargo, lo suyo era la minería y hacia ella dirigió todos sus esfuerzos y afanes.
Su condición inquieta lo llevó a cruzar la Cordillera de los Andes. En las ciudades de Copiapó y Vallenar encuentra los lugares ideales para desempeñarse en lo que le gustaba.
Estando en Chile se siente a sus anchas, le agrada el clima y la gente. Por eso no es de extrañar que estando acá encontrara y conociera a la mujer de su vida, con quien contrajo matrimonio.
Virginia Michea Alvarado, una nortina que llegó a vivir 105 años rodeada del amor de su gran descendencia.
La pareja tuvo varios hijos, a los cuales pusieron singulares nombres. Ellos fueron bautizados como Mira, Tibaldo, Haroldo, Naldy y la menor Brisa Marina.
Hacia finales de los 50, el grupo familiar emigró a las salitreras de María Elena y Pedro de Valdivia.
El salitre estaba en su punto más alto y la actividad resultaba intensa con calichales que mostraban dicha pujanza.
Raúl Tomás también se cría en esa pampa inmensa. Es el padre de Mario Alberto. Siendo muy joven ingresó a trabajar en la panadería donde aprende todos los secretos. Se casó con Naldy Fabres, de cuya unión nacieron René, Mario y Ela.
En 1958 dejan la zona salitrera para establecerse un tiempo en el puerto de Tocopilla, desde donde se trasladan hasta la entonces naciente población O'Higgins.
Esa unidad vecinal era una de las más alejadas del centro de la ciudad y mostraba el empeño de sus habitantes por progresar en los inicios de la década del 60.
Los pasos de uno de los descendientes, Mario Alberto, lo llevan a Antofagasta para estudiar en el Liceo Industrial, donde se recibió como técnico mecánico.
Tal como lo había hecho su abuelo unos 50 años antes, se fue a Argentina a probar suerte. El destino pareció llevarlo al mismo lugar, a las tierras de Tucumán, donde alguna vez Lino intentó forjarse un destino.
Los cuentos del abuelo Lino resultaban prodigiosos para la imaginación de los niños de la casa. Entre esas historias aparecía siempre aquella del 'perro familiar'.
Se trataba de un can que pasaba numerosas pericias y siempre crecía y crecía hasta desaparecer para no volver más. Otra de las reseñas que servían para amenizar los encuentros familiares era la referida a un tren de pasajeros que recorría estaciones diseminadas en la pampa.
En los relatos, los habitantes de cada uno de los pueblos, salían alborozados a recibir a los viajeros para agasajarlos con ricas comidas y bebidas. El viaje nunca concluía, y de tanto en tanto, aparecía una nueva estación.
Mario se siente muy próximo al abuelo Lino porque se dedicó también a la actividad ligada a la minería, dado que fue formador de otros mecánicos.
La inmigración francesa es uno de los flujos europeos más importantes en Chile. Entre 1840 y 1940, casi 20.000 franceses emigraron al país.
En 1875, la comunidad llegó a 3.314 miembros, el 4% de los casi 85.000 extranjeros establecidos en el país. En 1907, 9.800 franceses vivían en Chile, el 7% de los 149.400 franceses que vivían en América Latina. De 1840 a 1940, casi 20.000 franceses emigraron a Chile, 80% de ellos procedían de suroeste de Francia, especialmente de Basses-Pyrénées ( País Vasco y Béarn ), Gironde, Charente-Inférieure y Charente y regiones situadas entre Gers y Dordogne.
La mayoría de los inmigrantes franceses se establecieron entre 1875 y 1895. Desde 1882 a diciembre de 1897, 8.413 franceses se establecieron en Chile, que constituyen el 23% de los inmigrantes (en cuarto lugar después de los españoles, croatas y alemanes) de este período.
En 1863, 2.650 ciudadanos franceses se registraron en Chile. El censo de 1865, señaló que 2.483 eran franceses, la cuarta mayor en el país.