¿Qué debieran haber hecho los líderes de Chacabuco y Pampa Unión el año 1915 cuando se supo del salitre sintético?

Responder a lo anterior nos puede ayudar a entender el presente en que se han difundido tantas expresiones regionalistas.

Para complementar la reflexión anterior, también haría otras preguntas: ¿nos interesa mantener a toda costa la actividad económica en un territorio dado, sea comuna, provincia o región? ¿O nos interesa asegurar que todas las personas que habitan un territorio tengan un futuro de mayor seguridad?

El ideal es que ambas cosas coincidan, pero lamentablemente en el mediano y largo plazo no siempre es así pues el determinismo de las leyes económicas conlleva a que la mayor seguridad futura de las personas no necesariamente esté amarrado a su territorio actual. La historia está llena de ejemplos.

El hecho de reconocer y aceptar esta cruda realidad, en mi opinión, nos podría ayudar a establecer una estrategia de desarrollo de las personas de cara a esta posibilidad, la cual de ninguna manera niega la posibilidad que estas personas mañana reinventen su territorio.

También considero necesario informarse mejor respecto a cuánto invierte el Estado por persona en cada territorio, lo cual nos dará la sorpresa que la Región Metropolitana no es la más favorecida.

¿El llamado centralismo atribuye abuso de poder y por tanto injusticia de todos los habitantes de la RM o sólo de algunos minoritarios grupos sociales que habitan en algunas comunas de ella?

Considero que durante muchos años no hemos respondido adecuadamente estas interrogantes, lo cual nos ha llevado a luchar contra molinos de vientos y a no encontrar nuestros aliados en el resto del país, sin los cuales difícilmente podremos sustentar estrategias para construir un futuro de mayor seguridad para las personas.

Las carencias o injusticias de nuestra sociedad se manifiestan en las particularidades de la región o comuna, pero la solución debe apuntar a las causas genéricas que afectan a la mayoría de los chilenos.

El reciente atropello fatal de una joven de 17 años por un conductor que manejaba en estado de ebriedad y con su licencia vencida es una dolorosa y repetida historia en Antofagasta.

Pese a las campañas informativas y los sucesivos controles por parte de Carabineros, este problema no se solucionará si no existe una verdadera cultura que aplique una simple ecuación: si maneja no puede beber alcohol.

La muerte de Daniela Tirado Vilches destrozó para siempre a toda una familia y marcó un antes y después para quienes conocieron a esta joven, quien tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de un conductor ebrio que registró dos grados de alcohol en la sangre.

En la mayoría de los casos, estos irresponsables choferes tienen sus licencias vencidas, suspendidas o simplemente no cuentan con ella, situación que agrava aún más el dolor de los familiares de las víctimas, sin contar que los infractores quedan libres a las pocas horas de su detención. De ser simples conductores se transforman en un peligro público.

El fracaso de Ley Emilia sólo viene a dejar en claro que hay un escasa voluntad de terminar con este problema de raíz, ya que técnicamente una persona que mata a otra y maneja bajo los efectos, a lo sumo tendrá como castigo la suspensión de dos años de su licencia de conducir y firmará una vez al mes en Gendarmería.

Es hora de generar un potente debate sobre el tema y de frenar una realidad que quita la vida a decenas de personas cada año, donde las penas parecen una cruel broma para quienes son protagonistas de estas historias que se repiten una y otra vez en Antofagasta.

Durante el último fin de semana largo, Carabineros detuvo a 51 conductores por manejar bajo los efectos del alcohol, lo que deja en claro que el problema alcanza niveles preocupantes.

Y no hay doble lectura en este tema: quien asume la responsabilidad de manejar bajos los efectos del alcohol tienta a la muerte.