De regreso
Jaime N. Alvarado García
"Vuelvo vencido a la casita de mis viejos…" -me susurra un tango al oído. Por esas cosas de la vida, vuelvo a mi barrio Estación.
A esta edad, ya pienso como los elefantes, que regresan a esperar el plazo inexorable. Envuelto en memorables episodios de infancia, me deshago del despertador digital.
No lo necesito, porque en el barrio me despiertan los gallos, que sobreviven en los patios del vecindario. Con su canto, anuncian que se perfila el alba en los cerros. La aurora me recuerda que hay que levantarse a encarar la tarea cotidiana.
Del tráfago y la barahúnda de vivir en el centro, vuelvo a una calle silenciosa. Del viejo pimiento, me conmueve el trino de los gorriones.
Una paloma cuculí me seduce con su monótono canto, casi un ulular. Puedo oír las garumas que -al anochecer- se las endilgan al desierto. Las oigo al alba, cuando regresan a nuestras costas.
Volver al barrio me da nueva vida y nuevas sensaciones.
Cerca, está la casa de mis tíos maternos.
Veo y reconozco algunos vecinos, maduros como yo. Niños que conocí cuando daban sus primeros pasos, hoy son nombres hechos y derechos. Madres y abuelas, a quienes vi lozanas y doncellas.
Ya no están aquellos veteranos ilustres que fueron mis modelos, guiaron mis pasos o me dieron sus consejos. Los que gozaron con mis triunfos… Los que -muchas veces- me dieron una palmada en la espalda, para reconfortarme en mis tantas derrotas. De ellos heredé la porfía y mucho de mi incontenible rebeldía social.
Salgo al alba, para cumplir con las normas municipales. Como yo, mi octogenario vecino Samuel hace lo propio. Doblado y cegatón, deja una bolsa en la acera.
Le llamo para saludarle. Intenta mirarme por sobre los anteojos. Diría que no me ve. Le oigo decir mi nombre en voz baja… Una vez, dos veces.
Se contenta y me hace señas. Conmovido, entro a casa. Debo salir al trabajo. El tango vuelve a susurrarme…
"Habré cambiado totalmente/ Que el anciano por la voz / Tan solo me reconoció…