El amor en estado puro
Infantes en un estado de alta vulnerabilidad tienen hoy una oportunidad de cuidado, afecto y encontrar una familia.
Son muchos los detalles que cada día nos muestran que un mejor mundo es posible, aunque en ocasiones, o no queramos verlos, o ciegos por vivir ensimismados y náufragos en vacuas preocupaciones.
Pero hay quienes han logrado despegarse del yo, del ego y trabajar por los otros, o mejor dicho, en el "nosotros" y sacrificar su tiempo y esfuerzos en magníficas cruzadas que sólo apuntan al bien común.
Precisamente ayer se vivió uno de esos momentos que están destinados a grabarse para siempre en la mente y el corazón. La inauguración de la Casa de Acogida Amor y Vida, destinada a recibir a infantes en situación de abandono, es una de esas luces que siempre nos empujan a creer y confiar que todo puede ser mejor, si alguien se lo propone.
Niños de cero a seis años tienen hoy un hogar digno, de excelente nivel, fruto del trabajo incansable de Patricia González y su enorme red de colaboradores.
¿Cómo no aplaudir esta labor? ¿Cómo no convenderse que esto le hace tanto bien a la ciudad y al país?
Se trata, nada menos, de auxiliar a niños -el futuro del país- que nacen bajo el signo de una tremenda adversidad, pero que por empeño y convicción de Patricia González Bravo, hoy cuentan con una chance real de desarrollarse y salir adelante.
Aplauso para ella y para otras personalidades como Francisco Costabal, Jorge Díaz, Leandro Müller, Jorge Molina -esposo de Patricia- y tantos otros anónimos que día a día, y por años, fueron capaces de creer y avalar una iniciativa que ya le ha cambiado la existencia a cientos de menores de la capital regional y Calama.
Definitivamente, más importante que los metros cuadrados y las comodidades del inmueble, estos logros espirituales nos hacen meditar en nuestra propia existencia, posibilitando poner en perspectiva dificultades menores que siempre exageramos.
Estos triunfos del alma nos hacen trabajar por ser mejores seres humanos.
De aquello debería tratarse nuestra efímera existencia.
Por eso, y especialmente por el sueño regalado a los niños antofagastinos, muchas gracias doña Patricia.